Todas las ciudades y los pueblos tienen una plaza, centros que son lugares de reunión, paseo y cruce de destinos. El famoso Ágora griego del que tenemos los primeros indicios en la Creta minoica, fue el punto de partida para que la gente pudiera encontrarse y desencontrarse fácilmente. Es destacable la amplitud de las plazas, son espacios grandes que garantizan las distancias adecuadas para la tranquilidad de los viandantes.
“Guardar las distancias” es una magnifica expresión que encierra un montón de sabiduría popular, la más intuitiva, pragmática y atinada sabiduría. Expresa una formula de seguridad y protección: guardar, resguardar, proteger, cuidar, velar, etc… las distancias, como garante de integridad, porque la distancia es un halo protector. Al igual que nos quejamos si se nos invade el espacio personal.
Parece que inconscientemente tenemos claros los espacios convenientes y mantenemos distancias recomendables para no sentirnos agobiados si es demasiado cercano, ni desolados si el alejamiento roza la desatención. El famoso punto medio tan recomendable y escurridizo.
Vemos que los entornos físicos están muy bien pensados y que se adecuan perfectamente a las diferentes necesidades y deseos del encuentros con los otros. Diríamos que está medido, que es un éxito de urbanismo.
Si trasladamos estos panoramas al mundo interno, psicológico en donde con mucha facilidad está todo en modo “totus revolutum”, deducimos con rapidez lo conveniente que es, siguiendo el ejemplo urbanístico, crear un espacio mental amplio, en donde poder mantener las separación oportuna entre los elementos de diferente rango, cualidad y cantidad que los habita: las emociones, los personajes, las interpretaciones, los hechos, los deseos y las necesidad.
Es muy fácil que en el estado mental de cada uno reine, más veces de lo deseado, la anarquía y la confusión. Por ejemplo: Podemos percibir a un representante político como Némesis existencial, poseedor de todos los males, ogro maléfico de todos los malos augurios, sin darnos cuenta de que no es más que una defensa contra nuestra inseguridad y miedo. Al jefe, como figura de autoridad podemos trasponerlo con nuestro padre y liarnos a librar las batallas de traición, abandono etc., que se quedaron arrinconadas en algún desván de nuestro inconsciente. Confundir a la amante de la pareja actual, con nuestra hermana, rival constante en nuestra vida. Estas percepciones amalgamadas como un potaje pueden producir reacciones catastróficas en nuestra existencia y en la vida ajena.
También, a veces se amontonan y se confunden las emociones con los hechos, las interpretaciones con los personajes. Y eso nos lleva a vivir en modo soponcio cosas triviales, como, por ejemplo: sentir pánico de una cucaracha que no es más que un pacifico insecto con fama diabólica. De la misma forma se puede dar categoría de hechos a los sentimientos: Yo lo siento así pues es así. Si siento miedo, animadversión, rabia, etc… es porque hay algo malo, en el otro, olvidando que posiblemente “lo malo” está en nuestras cabecitas locas
Vivimos más bajo las reglas de la fantasía que de la realidad y los choques que se producen entre estos dos titanes ocasionan daños de tercer, cuarto grado y en ocasiones de siniestro total.
Podemos ser muy susceptibles de vivir los deseos como necesidades, algo muy típico de estos tiempos narcisistas, una confusión muy peligrosa que nos impulsa a movernos hacia el objetivo deseado con un ímpetu desproporcionado, como si nos fuera la vida en ello y en consecuencia a afrontar la frustración como una gran perdida, como una auténtica calamidad que pone en riesgo nuestra existencia.
Es por eso por lo que resulta muy recomendable proveer de distancias suficientes a los diferentes elementos que bullen en nuestra atribulada cabeza, porque convenientemente aislados, con su protector espacial, va a ser más fácil evitar encontronazos y cataclismos, y poder identificarlos sabiendo quien es quien y que trato e importancia darles.
Si relacionamos los calderos de cabeza con la distancia, vemos que hay un efecto infaliblemente beneficioso. Al igual que si en la plaza del pueblo hay un altercado, una confrontación, física y/o verbal lo mas recomendable es alejar a los elementos en liza.
La distancia es seguridad, salud. Conviene hacer como en el cine, un “zoom out” reduciendo el tamaño del encuadre para poder cambiar la perspectiva huyendo del primer plano donde todo está demasiado encima y no vemos ni el contexto ni las sombras. La amplitud de espacio nos permite la posibilidad de cambiar de plano, enfriarnos y barajar otras opciones no tan inmediatas ni virulentas, y poder disfrutar más y penar lo menos posible.
Como máximo exponente del consumismo, no está nada en boga GUARDAR: ni guardar silencio, ni guardar las formas, ni guardar distancias. Enarbolando la bandera de la manoseada y mareada libertad todo se muestra, las opiniones, los sentimientos, las intimidades, la ignorancia, la estulticia. Bueno, quizá la única fórmula que se sostiene en pie es la de nadar y guardar la ropa, pero es la menos recomendable para el bienestar tanto individual como común. Mientras que guardar distancia, las formas o guardar silencio siempre protegen y nunca dañan.
Ahora que todo está en exposición puede ser el momento de que las nuevas generaciones descubran el placer de la intimidad, el anonimato y el silencio, quizá ya sea demasiado tarde y estén desapareciendo como especies en peligro de extinción. O, quizá, se están generando cambios evolutivos con nuevos métodos, como el “dejarse en visto”, hacer ghosting… y otras fórmulas vigentes en los mundos virtuales en donde las distancias, las formas y los silencios tiene otra manera de expresión. Que nuestra ignorancia no nos haga perder la esperanza.