El día que pasé por los grandes almacenes del Corte Inglés, de la calle Princesa en Madrid y vi que habían modificado la amplia sección de librería con abundante escaparate a pie de calle, por una amplísima sección de artilugios informáticos pensé que era la representación misma del cambio de los tiempos.

Los libros fueron a la planta inferior, al sótano, sin escaparate, y en un espacio compartido con la papelería, una liaiçon que siempre se ha llevado bien.

No soy partidaria de amargarme la vida y por eso pensé que los libros están a un nivel más profundo, y los artilugios informáticos tenían el impacto de lo inmediato, actual y visual, como una forma de estratos geológicos culturales, se asientan los nuevos materiales sobre estructuras firmes y sólidas.

Como arrolladora representación de esta cultura tecnológica destacan los videojuegos. No creo que haya nadie de cuarenta años para abajo que esta forma de entretenimiento no sea parte de su vida; ya no pertenecen estos juegos al mundo adolescente, ahora son señoras y señores cuarentones, respetables padres y madres de familia, los que emplean gran parte de su ocio a jugar “hasta que les sangren los ojos”. Esa expresión tan dramáticamente gráfica, la comparto con los libros, en esas deliciosas tardes sin horario y noches hasta el amanecer y más, envuelta y arropada por aventuras, viajes, reflexiones, literatura, a fin de cuentas.

He hecho una prospección o miniencuesta entre aficionados a los juegos de ordenador y al parecer lo que más engancha de esta nueva forma de expresión cultural es: En primer lugar, la evasión, no pensar en  trabajo, ni en hipotecas, vagar por mundos fantásticos, con personajes desarrollados (los llaman así, supongo que se refieren a personajes bien definidos, perfilados, pulidos, bien construidos con capacidad de evolucionar con la trama), estar en lugares muy elaborados de ensueño que se distancian del mundo real, se exploran otros universos, y se puede probar y arriesgar sin poner nada real en peligro.

En segundo lugar, el control; las decisiones que toma el jugador determinan la evolución del juego, cada partida implica manejar diferentes opciones para poder dominar la trama; eres tú el que tiene que elegir el camino por donde ir, el que tiene que dirigir a las tropas, eres tú el que tiene que comerse la araña venenosa para salir de la mazmorra, es tu aventura, es tu personaje, la forma en que lo juegas y las decisiones que se toman posiblemente solo lo hayas hecho tú. Una impronta de exclusividad, de originalidad, de creatividad. 

En tercer lugar, el desafío, la superación de retos. La temática es variada, los hay con argumentos de aventuras, de construcción, de estrategia militar, de simulación política, de relaciones sociales, destrezas aeroespaciales, etc. Y, en cuarto lugar, la interacción con otros aficionados que participan en los diversos juegos de tipo colectivo y con los que estableces una relación intensa, gratificante y divertida. Por supuesto los compañeros pueden estar ubicados en cualquier parte del planeta que tenga wifi.

Evasión, control, desafío e interacción. No solo de pan vive el hombre.

chico con mando de consola jugando

Cambian las formas, pero el fondo sigue constante.

La imaginación ha debido de salvar tantas vida como la penicilina. La necesidad de evasión, y la capacidad de crear alternativas vitales son dones que estructuran la psique. Al igual que en los sueños, con la fantasía vivimos otras vidas, y como en los sueños reparamos heridas, ejecutamos venganzas, realizamos deseos incumplidos. Son necesarios para la supervivencia y como dicta la psicología profunda, son fundamentales para la organización del mundo interno del sujeto.

El desafío y la relación con los otros son características básicas de cualquier juego en donde, al igual que en el juego infantil, ensayamos y compartimos otras realidades figuradas. La interacción con los otros nos construye y a veces nos destruye, pero es inevitable y necesaria.

Lo que distingue fundamentalmente el éxito de esta forma de ocio, los videojuegos, es la satisfacción de control. No sé si somos muy conscientes de que el trascurso vital es un ejercicio constante en busca y captura del ansiado control. Controlar al otro, controlarnos a nosotros mismos, controlar la naturaleza, controlar el tiempo. Y ahí estamos queriendo hacer realidad una anhelo imposible que nos mantiene encelados como los ratoncillos corriendo en una rueda sin fin.

Viene bien asumir el limitado dominio que tenemos, pero a pesar de ser escaso esa tendencia es muy saludable; controlar los impulsos agresivos es básico para las relaciones interpersonales, modular determinados deseos es importante para mantener el equilibrio emocional. Es muy peligroso carecer de control, tanto interno como externo, por ese camino se nos pueden disparar las alucinaciones o revelarnos como psicópatas y ninguna de esas alternativas beneficia a nadie. Esta bien que en este camino incierto asumamos que tenemos un control muy relativo y escaso sobre lo que más nos importa; el deseo, el amor, el azar, la muerte y la vida.

Pero no perdamos la alegría, la fantasía en cualquiera de sus forma de expresión está para aliviarnos de la angustia de nuestra impotencia y disfrutar de los paraísos reales e imaginarios que afortunadamente tenemos.

Por otro lado, es divertido ver como la realidad se retuerce sobre si misma y nos sorprende con soluciones funcionales a los dilemas de si los cambios y novedades son nocivos porque hay una incompatibilidad entre la cultura de los libros y la cultura que viene por internet, a la vista está que felizmente utilizamos herramientas virtuales para elaborar espacios como este que trata de libros que se venden en las casetas del Retiro, entre otras cosas.